No cabe duda de que el fútbol es un negocio que otorga pingües beneficios así que no es de extrañar que Rubiales se resista cual chinche a abandonar el barco. Sus polémicas antes del mundial podrían haberle costado el puesto, pero en este país, ya se sabe, cuesta mucho cesar a alguien, y dimitir es un deporte desconocido. Tiene gracia que sea por sus gestos ridículos, aunque también añadiré, estúpidos, zafios, groseros y fuera de lugar, tiene gracia decía que esos gestos sean los que le cuesten el trabajo. Bueno, en realidad no tiene ninguna gracia. El asunto ya resulta un esperpento conforme hemos ido conociendo la reacción de la afectada y sus compañeras poco después de la jarana en el césped. Si una mujer se siente agredida, humillada, ofendida o violentada no se muestra sonriente y divertida al rato. Tampoco las compañeras parecen actuar de manera muy coherente pasados los días. Como suele ser habitual las zarpas políticas vuelven a intentar manosear, manipular e ideologizar a la sociedad. Pero las imágenes de lo ocurrido son públicas y harto elocuentes. Confío en que usted tenga su propio criterio, como yo, y observe todo este espectáculo ridículo aplicando el sentido común. Suele ser la mejor medicina para todo en esta vida. Cómo acabará todo este tinglado, si le digo la verdad, me la trae al pairo. Ahora bien, el aquelarre montado con el feminismo ideologizado imperante es para salir corriendo. Quizá haya que ir pensándolo seriamente porque la evasión, tal y como va España, no sería un gesto ridículo.