9 Noviembre
La Dedicación de la Basílica de Letrán
Ezequiel 47, 1-2. 8-9. 12: “Vi salir agua del templo: era un agua que daba vida y
fertilidad”.
Salmo 45: “Un río alegra la ciudad de Dios”.
I Corintios 3, 9-11. 16-17: “Ustedes son el templo de Dios”.
San Juan 2, 13-22: “Jesús hablaba del templo de su cuerpo”.
Hace pocos días bendijimos una nueva capilla en un ranchito muy alejado. ¡Qué
orgullo para los fieles de la pequeña comunidad! Me explican cómo todos han
participado tanto en conseguir los materiales como físicamente en la construcción.
“Este templo, más que piedras y cemento, es símbolo y seña de la dignidad de cada
uno de nosotros: vivimos lejos, pobres y olvidados, pero nosotros somos el templo de
Dios”.
Hoy celebramos la fiesta de la Dedicación de la Basílica de san Juan de Letrán, la
catedral del Obispo de Roma y la primera en antigüedad y dignidad entre todas las
iglesias de Occidente. Es tan importante esta fiesta que rompe el ritmo de los
domingos ordinarios y nos invita a reflexionar el sentido de la fundación y misión de
la Iglesia, de los templos y su construcción y del templo vivo que somos cada uno de
nosotros. Fue todo un símbolo cuando el Papa Francisco, a los pocos días de iniciado
su pontificado, fue a asumir su servicio como Obispo de Roma en esta Basílica.
¿Cómo es y cómo debe ser la Iglesia? El Papa Francisco humildemente reconocía que
“La Iglesia debe profundizar en la conciencia de sí misma, debe meditar… comparar la
imagen ideal de la Iglesia -tal como Cristo la vio, la quiso y la amó como Esposa suya
santa e inmaculada- y el rostro real que hoy la Iglesia presenta. Brota, por lo tanto, un
anhelo generoso y casi impaciente de renovación, es decir, de enmienda de los defectos
que denuncia y refleja la conciencia, a modo de examen interior, frente al espejo del
modelo que Cristo nos dejó de sí”. ¿Estamos reflejando el rostro que quiere Jesús para
su Iglesia? Las lecturas de este día nos ofrecen tres imágenes muy vivas para que nos
examinemos si realmente estamos respondiendo al sueño de Jesús.
La primera nos la presenta Ezequiel: una bella imagen del templo del que mana agua,
que da vida y fertilidad por todos los rumbos, saneando los desiertos, haciendo
prosperar la vida, dando fuerza y vigor a los árboles frutales y plantas medicinales.
¿Podremos reconocer en esta imagen a nuestra Iglesia? Son los sueños de Jesús: que
su Evangelio lleve vida y verdadera prosperidad a todos los espacios, que sane a los
enfermos, que haga dar frutos de justicia y de paz. Por eso también del Papa León
asume una Iglesia de puertas abiertas, llena del Espíritu, que lleve en su corazón la
alegría del Evangelio. Una Iglesia que contagie y que anime. Una Iglesia samaritana ue vende las heridas, que reciba al que se ha equivocado. Una Iglesia madre que
acoge con amor a todos sus hijos. Esta Iglesia, formada por pecadores y miserables,
tiene la gran misión de dar vida con el Evangelio.
La segunda imagen es la expulsión de mercaderes. Duras las palabras de Jesús y más
duros sus golpes que expulsan del templo a los comerciantes. En la actualidad uno de
los graves problemas que tenemos es ver la religión como negocio y como ganancia: el
mercadeo de las religiones. Se busca la religión más cómoda y que ofrezca más
facilidades, la que menos comprometa, la que nos brinde más felicidad. Por desgracia
tenemos que reconocer que muchas veces hemos caído en este comercialismo y no
solamente de parte de sus ministros, sino que se ha ido haciendo una mentalidad que
lo favorece. No importa tanto la relación con Dios, sino cumplir un rito; no nos
interesa el encuentro con Jesús, sino una apariencia social de los sacramentos; no nos
interesa un compromiso serio, sino solamente salir de los problemas y apuraciones.
Así se multiplican novenas y devociones sin sentido y se abandona la vivencia
Evangelio Diario 8 de Noviembre Mons Enrique Diaz #Evangelio #Everyone
Evangelio Diario Mons Enrique Diaz #Evangelio #Everyone 7 de Noviembre
Evangelio Diario
Mons. Enrique Diaz
6 de Noviembre
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Hora Santa en reparación por los ultrajes y sacrilegios cometidos en Hallowen
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XXX Domingo Ordinario
Eclesiástico 35, 15-17. 20-22: “La oración del humilde llega hasta el cielo”
Salmo 33: “El Señor no está lejos de sus fieles”
II Timoteo 4, 6-8. 16-18: “Ahora sólo espero la corona merecida”
San Lucas 18, 9-14: “El publicano regresó a su casa justificado y el fariseo no”.
¿Cuento o realidad? La parábola que Jesús nos propone este día tiene los visos no de un
hecho inventado, sino la narración de algo que con frecuencia sucede no sólo en los
lugares de culto o de oración, sino en cualquier campo de la vida cotidiana. La parábola
del fariseo y del publicano contrapone dos actitudes espirituales, dos maneras de orar,
dos formas de creer y de relacionarse con Dios y con los demás, dos formas de vivir y
de enfrentar la vida. La primera, la de la de quien se siente lleno de todo, pagado de sí
mismo; la segunda, la de quien humildemente se abre a la gran bondad de Dios, a su
infinita misericordia. Jesús no compara en su ejemplo, un pecador con un justo, sino un
pecador humilde y arrepentido con un justo satisfecho de si mismo y que mira por
encima del hombro a los otros.
¿Podría ser una realidad en nuestros tiempos? Parecería que esta parábola no tiene nada
de actual, pero es dolorosamente actualizada por muchos de nosotros. Creyéndonos
justos, nos apoyamos en nuestra religión y en nuestras posiciones para mirar a los
demás como inferiores, despreciarlos, juzgarlos y condenarlos. Muchos de los conflictos
actuales a nivel local y a nivel mundial, no son otra cosa que la prepotencia de quien se
siente dueño del mundo, que utiliza a Dios y a la religión para sentirse satisfecho y para
aprovecharse de los demás. Hay quienes pagan hasta la última veladora en el culto al
Señor, pero no tienen empacho en despojar al pobre, “legalmente”, de sus tierras, de su
agua y de su casa y ¡no se sienten ladrones! Hay quienes embriagan con sus licores y
sus mentiras a nuestro pueblo y después lo condenan por borrachos y flojos y en cambio
ellos se sienten muy dignos.
El fariseo, pagado de sí mismo, hace toda su presentación, pero ¡siempre diciendo lo
que no es! “no soy como los demás hombres: ladrones, injustos y adúlteros; tampoco
soy como ese publicano”, sabe muy bien lo que no es, pero no sabe lo que es, ni lo que
hay en su interior, pues cuando intenta hacer presente su persona viene decir: “ayuno
dos veces por semana y pago el diezmo de todas mis ganancias”, como si todo su valor
dependiera del dinero o de lo que no se come. Pero, ¿quién es en realidad? Jesús viene a
trastocar el orden establecido por el sistema judío y si miramos las cosas con
detenimiento, también viene a trastocar todo nuestro sistema. No importa lo exterior,
sino lo que hay realmente en el interior. Parecería que el hombre moderno está lleno de
materialismo, de comparaciones, de descalificaciones y de competencia feroz contra los
demás. Que la persona vale solo por lo que tiene. Se llena de todo y no deja lugar para
experimentar dentro de si mismo el gran amor de Dios. El pecado del fariseo y de
nuestro mundo, es reducirlo todo a comercio, a vanidad, a orgullo y no dejar espacio ni
para Dios ni para el prójimo.
La primera lectura de este domingo nos enseña que Dios no entra en este mundo de
comercialización y de intercambio. Si por alguien tiene Dios predilección es por los
pobres y humildes. “El Señor es un juez que no se deja impresionar por apariencias.
No menosprecia a nadie por ser pobre y escucha las súplicas del oprimido. No desoye
los gritos angustiosos del huérfano ni las quejas insistentes de la viuda.” ¡Cómo
quisiéramos que hoy esto también fuera realidad! Que los jueces, que las autoridades,
no se dejen impresionar por las apariencias, que no menosprecien a nadie, que escuchen
las súplicas de un pueblo que se muere de hambre, que no logra superar los límites
extremos de la pobreza y que no
25 Octubre
San Antonio María Claret
Romanos 8, 1-11: “El Espíritu de aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita
en ustedes”
Salmo 23: “Haz, Señor, que te busquemos”
San Lucas 13, 1-9: “Si no se convierten, perecerán de manera semejante”
Cuando escuchamos hablar de desastres naturales o de graves accidentes donde mueren
muchas personas, es natural que se nos venga a la mente la pregunta: “¿Por qué a
ellos?” O bien cuando nos ocurre a nosotros una desgracia semejante, reclamamos al
Señor: “¿Por qué a mí?”. Lo escuchamos, hasta con rabia, en las pasadas inundaciones y
desastres causados por las lluvias que tanto daño causaron en muchos estados de nuestro
México, en especial en Veracruz. Es lo mismo que hacen los discípulos al conocer el
asesinato de unos galileos a manos de Pilato. Jesús invita a sus discípulos a mirar más
en profundidad y a preguntarnos qué estamos haciendo con nuestra vida y qué frutos
estamos dando. En los dos hechos que presenta el pasaje se ve como un signo de los
tiempos la llegada de la muerte. Igualmente, el llamado al juicio de Dios puede llegar
cuando menos lo esperamos. De ahí la conclusión muy clara: convertirse y hacer
penitencia para no ser sorprendidos por estos acontecimientos tan decisivos. Jesús con
la parábola de la higuera estéril nos hace la invitación a no transcurrir nuestra existencia
de una manera vacía y sin frutos. Ya San Pablo les decía a los Romanos, en la primera
lectura, que hay quienes llevan una vida desordenada y egoísta que no da fruto, pero que
el verdadero creyente, actúa y piensa conforme al Espíritu. Al mirar a quienes se dejan
guiar por el pecado, San Pablo los invitaba: “ustedes no lleven esa clase de vida, sino
una vida conforme al Espíritu, puesto que el Espíritu de Dios habita verdaderamente en
ustedes”. Así pues, hoy es muy clara la invitación a fructificar y a hacer obras que nos
ayuden a presentarnos delante de Dios. Dios espera con paciencia que cada uno dé los
frutos esperados, frutos que están directamente en relación con el amor al prójimo y
nuestro compromiso con él. No nos hagamos ilusiones, también para nosotros llegará el
último día y, aunque no debemos angustiarnos inútilmente, sí debemos ser conscientes
que el tiempo que el Señor nos regala es para que demos frutos. Si en este momento nos
llamara el Señor, ¿qué frutos le podríamos presentar? En concreto, en este día, ¿qué
frutos estoy dando, en qué he ocupado mi tiempo?
Evangelio Diario
22 Octubre
San Juan Pablo II
Romanos 6,12-18: “Pónganse al servicio de Dios, que les ha dado la vida”
Salmo 123: “El Señor es nuestra ayuda”
San Lucas 12, 39-48: “Al que mucho se le da, mucho se le exigirá"
Toda comparación tiene sus límites y aunque no me gusta mucho que se considere al
Señor Jesús como un patrón furibundo que a su regreso pedirá cuentas sobre los bienes
encomendados, la parábola del administrador es muy actual para todos nosotros. Los
bienes materiales, la naturaleza, el tiempo y todos los elementos que sostienen nuestra
vida tienen una carga fuerte de responsabilidad en su uso y abuso. Las palabras que
piensa el mal administrador: “Mi amo tardará en llegar” y sus acciones de maltratar a
los otros siervos y siervas, y de beber y embriagarse, son penosamente actuales. Hay
quienes piensan que tienen todos los derechos porque su herencia, su inteligencia o su
astucia, les han permitido apoderarse de ellos. Nadie tiene derecho a desperdiciar, maltratar o apoderarse injustamente de los bienes porque no son sólo de él. Si
pensáramos que los bienes terrenales solamente los tenemos como administrados y con
una fuerte obligación de mirar por el bien común, actuaríamos de otra forma. La
insistencia del pasaje de este día sobre el estar vigilantes y preparados nos lleva a una
reflexión sobre el modo que estamos utilizando todos los regalos que Dios nos ha hecho
y los frutos que estamos dando. Jesús nos previene: el día de la salvación llega como un
ladrón en la noche, en el momento más inesperado. San Pablo en la primera lectura, nos
hace caer en la cuenta que no debemos ser esclavos del pecado, que hemos nacido para
vivir en la libertad de los hijos de Dios. Nos pide que no nos dejemos dominar por el
pecado ni seguir las malas inclinaciones, sino ponernos al servicio de Dios. Son
pensamientos que se complementan y que nos hacen reflexionar sobre nuestro modo de
actuar. El Señor nos ha confiado sus bienes y debemos estar alertas para no convertirnos
en esclavos de ellos ni tampoco a esclavizar por medio de ellos a nuestros hermanos. La
urgencia con que Jesús proclama que estemos atentos nos debe llevar a nos dejarnos
adormilar por la monotonía del diario vivir, ni por la ambición que nos pide siempre
más, sino que ser conscientes de que todo lo que tenemos ha de ser administrado
responsablemente con amor y servicio a los hermanos. Quizás la pregunta de Pedro la
quisiéramos hacer nosotros y la respuesta de Jesús, es que también esta parábola y esta
exigencia es para cada uno de nosotros. ¿Cómo estamos utilizando el regalo del Señor?
¿Estamos preparados para el día final?
21 Octubre
Romanos 5,12.15.17-19. 20-21: “Si por el pecado de un solo hombre reinó la muerte,
con mucha más razón los que reciben la gracia reinarán en la vida por Jesucristo”
Salmo 39: “Concédenos, Señor, hacer tu voluntad”
San Lucas 12, 35-38: “Dichosos aquellos a quienes su señor, al llegar, encuentre en
vela”
En días pasados un grupo de jovencitos pasó toda la noche de viernes en bailes y
diversiones, el sábado, como era lógico, no podían mantenerse con atención a las
actividades que debían realizar. Sin embargo, ya estaban planeando otra vez divertirse
toda la noche. Al preguntarles por qué si se sentían tan cansados, nuevamente se
desvelarían toda la noche, uno de ellos me contestó: “La vida es muy corta y hay que
aprovechar hasta el último minuto. No sabemos qué pasará mañana, así que hay que
vivir la vida”. Claro que se refería solamente a la diversión y haciendo mal uso del
proverbio que invita a aprovechar el día presente. Explicado así por estos jóvenes, más
bien parece que se pretende vivir en una inconsciencia y superficialidad, disfrutando al
máximo sin pensar ni siquiera en la propia salud. La sentencia del evangelio de este día
podríamos sintetizarla en una frase: “vivan despiertos”. En cambio, el ambiente, y sobre
todo los medios de comunicación, parecen invitarnos a vivir una vida de superficialidad
y de comodinería. Nos dejamos llevar por la marea de los acontecimientos, de las
imágenes, de los ruidos y las noticias superficiales. No descubrimos lo esencial en la
vida. El evangelio de ningún modo pretende que vivamos angustiados con el día final,
pero sí nos invita a reflexionar lo pasajero de la vida. “Estén listos con la túnica puesta y
las lámparas encendidas” es el consejo que hoy nos da Jesús a través de San Lucas. Y
estar listos significa lucha por la verdadera vida. Tener la luz encendida es participar de
la misma vida de Jesús y ofrecerla a todos los hermanos. Me llama mucho la atención
esta pequeña comparación porque termina diciendo que el Señor mismo “los hará sentar
a la mesa y él mismo les servirá”. El banquete, la participación en una mesa común
donde Cristo es quien se da por alimento, son imágenes muy sugestivas que nos
ayudarán a mirar cómo estamos preparando esa última venida del Señor. Si pensamos
en una mesa común, ¿qué estamos haciendo para ir preparando esa mesa? Que este día
escuchemos con atención la palabra de Cristo y nos sirva de aliento para continuar en
nuestros trabajos y como llamada atención frente a nuestros descuidos.
20 Octubre
Romanos 4, 19-25: “Está escrito también por nosotros, a quienes se nos acreditará, si
creemos en nuestro Señor Jesucristo”
Interleccional San Lucas 1,69-75: “Bendito sea el Señor, Dios de Israel”
San Lucas 12,13-21: “¿Para quién serán todos tus bienes?”
Hoy toca el Evangelio uno de los puntos más neurálgicos de la vida humana: la avidez
de la riqueza. En medio de una crisis económica que hunde a los países pobres en más
miseria y corrupción, se encuentran quienes también se dicen preocupados por la
situación, pero desde la comodidad de su seguridad. El problema se torna cada día más
grave pues en lugar de disminuir las deudas o aumentar el empleo, se hace la situación
más angustiante. Los obispos de México resaltaban que: “La desigualdad es el desafío
más importante que enfrenta el país. La pobreza sigue siendo el principal problema que
vulnera a la mayoría de los mexicanos. Millones de personas viven en pobreza y
muchos la padecen en su forma extrema. La pobreza priva a las personas de las
condiciones de vida que les aseguren su derecho a una alimentación adecuada y a la
satisfacción de las necesidades básicas. Atender su situación se plantea como una
urgencia moralmente inaplazable, pues hablamos de derechos sociales básicos sin los
cuales no se garantiza el derecho a una vida humana”. Y hoy Cristo nos dice cuál es la
raíz de todos esos problemas: “Eviten toda clase de avaricia, porque la vida del hombre
no depende de la abundancia de los bienes que posea”. Con un ejemplo, de aquel
hombre que acumuló y hacía planes para el futuro cuando estaba a punto de terminar su
vida, Cristo nos hace ver que la riqueza se queda en este mundo y que no se logra nada
con ella para la vida eterna. Nos exhorta a no amontonar riquezas, sino a hacernos ricos
delante de Dios. Nosotros hoy podemos mirar nuestro corazón y ver si lo tenemos libre
de la ambición. Claro que es muy fácil decir que somos generosos y que estamos libres
de ese pecado, pero examinémonos y veamos qué cosas concretas estamos haciendo
para compartir en estos momentos. Se dice que cuando hay pobreza aumenta la
violencia, pero nosotros como cristianos tenemos que hacer que aumente la
generosidad, la capacidad de organización, el construir entre todos, el compartir lo poco
que tenemos. En esto nos da un gran ejemplo Jesús que compartió y dio su vida. ¿Cómo
estoy compartiendo y cómo estoy dando vida?
XXIX Domingo Ordinario
Éxodo 17, 8-13: “Mientras Moisés tenía las manos en alto, dominaba Israel”
Salmo 120: “El auxilio me viene del Señor”
II Timoteo 3, 14-4,2: “El hombre de Dios será perfecto y enteramente preparado para
toda obra buena”.
San Lucas 18, 1-8: “Dios hará justicia a sus elegidos que claman a él”
Es frecuente escuchar que alguien pide una oración, como varita mágica, para
solucionar un problema en especial y así surgen novenas, rezos y fórmulas que parecen
mágicas, que se repiten obstinadamente con la intención de lograr lo que se pretende,
pero ¡Eso no es oración! “La oración es el aliento de la fe, es su expresión más propia.
Como un grito silencioso que sale del corazón de quien cree y se confía a Dios”. Hoy,
en el Domingo Mundial de la Misiones, podemos recordar a Santa Teresa de Lisieux,
que fue una maravillosa y fecunda misionera, a pesar de permanecer siempre dentro del
monasterio, hizo vida el secreto de la fecundidad de la oración. Ella compartía que: ¡Los
verdaderos apóstoles son los santos! ¡Y son apóstoles, ante todo, porque oran! Patrona
de las misiones, comprendió la eficacia de la oración desde que tenía catorce años.
Escuchando a Santa Teresa y contemplando a Moisés en la primera lectura, si
creyéramos en la eficacia de la oración, cuánto tiempo pasaríamos de rodillas ¡Y el
mundo cambiaría de dirección!
Si pensamos en la oración como en una especie de santuario o de oasis donde podemos
renovar nuestras fuerzas, donde encontramos paz, donde podemos sentirnos a nosotros
mismos delante de Dios, descubriremos que no es algo secundario o de lo que
podríamos prescindir. Es algo vital. Un gran pensador definía la oración como el respiro
del alma, de tal forma que respondería a una necesidad instintiva y solamente después
se puede preguntar el por qué. Pero para hacer la oración necesitamos estar preparados,
buscar la soledad y los espacios necesarios, sentirnos en presencia de Dios. Y no
solamente en su presencia sino tratar de mirar con los ojos de Dios. Cuando Jesús
insiste en la necesidad de una oración perseverante a algunos podría parecerles que es
terquedad y egoísmo querer que Dios actúe conforme a nuestros deseos. Pero si en la
oración buscamos “adaptar” nuestros ojos y nuestros deseos a los ojos y deseos de Dios,
se transforma en fuente de paz y de serenidad para afrontar las dificultades, para recibir
no tanto lo que deseamos sino lo que Dios, en su bondad, dispone para nosotros.
Me impresiona este relato donde Jesús no escatima endosarle a Dios un traje de juez
inicuo que a regañadientes y molesto accede a las peticiones legítimas de una viuda con
tal de resaltar la necesidad de una oración constante y confiada. Nadie más débil y
solitario para pedir justicia que una viuda: sin familia, sin derechos, sin palabra, ante las
injusticias recibidas, ante las indiferencias de quien debería hacer justicia; pero con una
fe y una insistencia que logran doblegar la pasividad del perverso juez. Gran enseñanza
para cada uno de nosotros, no porque la imagen del juez injusto case bien con un Dios
que es bondad y justicia, sino porque la imagen de la viuda débil e impotente cuaja
perfectamente con nuestra situación en un territorio asolado por la injusticia, donde
nuestros gritos buscando soluciones se ahogan en la sangre de los inocentes, en la
corrupción de las instituciones y en el miedo de todos los ciudadanos. La tentación esgrande de encerrarnos en nuestras propias seguridades y, mientras no nos toque la
desgracia, dejar pasar todos los acontecimientos que están minando la esperanza y la
seguridad de todos los mexicanos.
Quizás la parábola refleje la situación de las primeras comunidades ansiosas por una
segunda venida de Jesucristo, pero en constante peligro de sucumbir en un medio hostil.
Pero también refleja la situación presente en nuestra sociedad donde se hace palpable la
injusticia que golpea sobre todo a los marginados e inocentes. El grito de la viuda
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LOS 5 PASOS DE LA TRISTEZA A LA FELICIDAD " EL PADRE CHUY Y EL LCC JAIRO CESAR OLIVO 11 NOV 2016
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15 octubre
Santa Teresa de Jesús
Romanos 2,1-11: “Dios pagará a cual según sus obras, al judío primeramente, pero
también al no judío”
Salmo 61: “Sólo en Dios he puesto mi confianza”
San Lucas 11, 42-46: “¡Ay de ustedes, fariseos! ¡Ay de ustedes también, doctores de la
ley!”
Desde los profetas, sobre todo Amós, Oseas e Isaías, hasta Jesús y San Pablo, todos
condenan fuertemente la doble postura de quien se acerca a Dios, pero comete
injusticias contra los demás; o bien de quien condena a los demás, de las mismas cosas
que nosotros nos disculpamos. San Pablo en su carta a los Romanos dice claramente:
“No tienes disculpa tú, quienquiera que seas, que te constituyes en juez de los demás,
pues al condenarlos, te condenas a ti mismo, ya que tú haces las mismas cosas que
condenas”. Es muy fácil condenar y criticar a los demás, es más difícil objetivamente
juzgarnos y valorarnos a nosotros mismos. San Lucas también hoy nos presenta estos
“ayes” o condenas que hace Jesús tanto de los fariseos como de los doctores de la ley. La reprobación de Jesús no es contra quienes pagan diezmos, sino en contra de los que,
fijándose en estas pequeñeces, se olvidan de la justicia y del amor de Dios. La
condenación de Jesús es muy fuerte hasta llamarlos “sepulcros”, o reprenderlos porque
buscan ocupar los lugares de honor en las sinagogas y recibir las reverencias en las
plazas. A los doctores de la ley les aplica la misma sentencia de San Pablo: “abruman a
la gente con cargas insoportables, pero ustedes no las tocan ni con la punta del dedo”. A
veces nos imaginamos a los fariseos y a los doctores de la ley como personas malvadas
y dignas de reprobación, pero ellos eran considerados los maestros y quienes mejor
conocían y cumplían la ley. Eran tenidos por modelos de piedad y de verdad. Me temo
que a muchos de nosotros Cristo hoy nos tendría que aplicar estas mismas condenas y
reprobaciones. Con frecuencia condenamos de lo mismo que estamos padeciendo
nosotros. Y, si bien realizamos actividades que están a la vista de todos, que nos
producen reconocimiento, estamos cometiendo injusticias y rechazando a los hermanos.
¿Qué nos dice Jesús hoy a nosotros? ¿Qué condena de nuestra vida?