
Tras la muerte del Papa Emérito Benedicto XVI el 31 de diciembre pasado una sombra gris, una tormenta, asoló a la Santa Sede. La muerte del Papa Emérito era una crónica anunciada. Venía enfermo, muy enfermo desde hace semanas y el mismo Papa Francisco pidió, en reiteradas ocasiones, orar por Benedicto. Luego de su sencillo funeral las voces de una minoría estridente y pretenciosa alzaron su voz. Lo suyo no fue en todo caso una jugada inocente: Benedicto XVI ya no estaba. Podían usarlo como coartada. ¡Qué triste!