
En la mitología, el centauro Quirón tiene una herida incurable. En realidad, es una doble herida: por un lado, sufre el rechazo de sus padres, al nacer mitad caballo y mitad humano; y también es herido accidentalmente por Hércules con una flecha envenenada que, al ser inmortal, le produce un dolor incurable.
De todas formas, estas heridas activan su resiliencia y le impulsan a buscar el conocimiento, por lo que, entre otras cosas, aprende el arte de la curación. Es el arquetipo del sanador herido.
La herida de Quirón es un símbolo del sufrimiento del ser humano, por el simple hecho de nacer y de vivir. En parte, es debida a la experiencia universal de abandono o de rechazo, que genera una sensación de vacío, angustia y tristeza. Y también está producida por la agresión y las adversidades -el dolor de la vida-, que provocan rabia y miedo. Además, a la herida se le añade el sentimiento de injusticia, vergüenza y fracaso.
Pero la herida se puede transformar en un don, ya que nos da la oportunidad de despertar las potencialidades inconscientes. Un factor clave es encontrar un nuevo significado al dolor y un sentido más profundo a nuestra vida.
Establecer vínculos, compartir la herida y sentir la aceptación de otras personas, como Quirón con Apolo, facilita la resiliencia. Y al expresar el don y ayudar a los demás, podemos transformarnos y liberarnos, al igual que Quirón cuando se intercambia con Prometeo.
Esta herida, que representa el dolor, la pérdida y la constante frustración en la vida, tiene el propósito de despertar la conciencia para liberarnos de apegos y expresar la autenticidad.