
Sanar es un proceso:
Primero, reconocer la herida. Después, llevarla a Cristo. Perdonar a quienes nos lastimaron. Rechazar las mentiras que creímos. Y finalmente, abrazar la verdad de Dios: “Soy amada, escogida y preciosa para Él”.
La sanidad no borra la historia, pero la transforma. Donde hubo lágrimas, ahora puede haber propósito. Y lo que el enemigo quiso usar para destruirnos, Dios lo usa para dar esperanza a otras mujeres.
Así que, si hoy llevas heridas en tu corazón, recuerda esta promesa:
📖 “Él sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas” (Salmo 147:3).