
Cuando hablamos de cicatrices, muchos piensan primero en las del cuerpo: esa marca en la rodilla de cuando te caíste jugando, o esa línea en tu abdomen después de una cirugía. Pero hay otras cicatrices, quizás más profundas: las del alma, esas que nos dejan las pérdidas, los rechazos, las traiciones o los sueños que no se cumplieron.