Hoy san Pablo nos recuerda que el amor es la plenitud de la ley, y que todo mandamiento encuentra su cumplimiento en el amor al prójimo.
En este mes de noviembre, donde recordamos a los difuntos y celebramos la santidad, el amor se vuelve puente entre la tierra y el cielo.
Hoy san Pablo nos lleva al corazón del misterio: todo es gracia, todo es misericordia, todo viene de Dios y a Él regresa.
Y en este día, celebramos también a San Martín de Porres, humilde servidor de todos, que vivió la misericordia como entrega silenciosa, oración constante y caridad sin fronteras.
Hoy la Iglesia se detiene para mirar con ternura a sus hijos que han partido. No los olvida, no los abandona. Cree en la misericordia de Dios que ha creado el purgatorio como espacio de purificación y esperanza.
Los fieles difuntos anhelan entrar en la comunión plena con Dios, y nosotros, aún en camino, deberíamos anhelar lo mismo. Por eso, la purificación es tarea compartida: ellos se purifican en el amor divino, nosotros en la caridad activa.
La oración, la penitencia y los ofrecimientos son puentes de comunión. Hoy, más que nunca, somos una Iglesia que ora, espera y ama.
La santidad es don y destino: no es privilegio de unos pocos, sino vocación de todos los hijos de Dios.
La esperanza purifica el corazón: quien espera ver a Dios se deja transformar por su amor.
La comunión de los santos es intercesión viva: los que ya han llegado a la gloria no están lejos, oran con nosotros y por nosotros.
Vivimos en una cultura que premia la apariencia, la autosuficiencia y el reconocimiento. Pero la Palabra de hoy nos invita a lo contrario: humillarse para orar, confiar para creer y abrirse para anunciar.
El fariseo se encierra en su mérito; el publicano se abre en su miseria. Pablo, al final de su vida, reconoce que todo ha sido gracia. El Eclesiástico nos recuerda que la oración del humilde no se detiene hasta alcanzar su destino.
Hoy celebramos la vida de San Rafael Guízar y Valencia, obispo misionero, apóstol incansable, padre de los pobres y testigo de la fe en medio de la persecución.
La Palabra nos recuerda que hemos sido ungidos para consolar, enviados para anunciar.
Hoy la Palabra nos recuerda que la vida cristiana es un paso decisivo: del pecado a la gracia, de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la vida, de la esterilidad a la fructificación.
Hoy la Palabra nos recuerda que hemos sido liberados del pecado no para vivir en la indiferencia, sino para convertirnos en esclavos de la santidad, servidores de la justicia.
Hoy la Palabra nos presenta el corazón del Evangelio: la gracia supera el pecado, la obediencia de Cristo nos justifica, y la vida nueva se nos ofrece como don.
Hoy la Palabra nos presenta a Abraham, padre de la fe, que creyó contra toda esperanza. Su confianza en Dios no se debilitó, aunque todo parecía imposible.
Hoy la Palabra nos invita a contemplar tres pilares inseparables de la vida cristiana: la oración perseverante, el creer con confianza y la misión incansable.
En este mes de octubre, mes misionero, la Iglesia nos recuerda que orar, creer y anunciar son los tres pies, del tripode con los que el discípulo construye el Reino.
Moisés ora con los brazos en alto, Pablo proclama sin descanso, y Jesús nos enseña a insistir como la viuda que no se rinde.
Hágmos lo mismo nosotros
Hoy la Palabra nos muestra la fuerza de la misión cumplida: Jonás, que había huido, ahora obedece y proclama el mensaje de Dios en Nínive. Sorprendentemente, todo el pueblo se convierte, y Dios se compadece.
En este mes misionero, comprendemos que la misión no es estéril: cuando se anuncia con fidelidad, la Palabra toca los corazones y abre caminos de misericordia.
Hoy la Palabra nos presenta a Jonás, profeta llamado a ir a Nínive, pero que huye en dirección contraria. La tormenta lo alcanza, los marineros lo descubren y lo arrojan al mar. Allí, en el vientre del pez, Jonás ora y Dios lo devuelve a tierra firme.
En este mes misionero, comprendemos que la misión no se puede evadir: Dios nos alcanza, y la oración nos devuelve al camino.
Hoy la Palabra nos presenta al pueblo reunido como un solo hombre para escuchar la Ley. La reacción inicial es de lágrimas, pero Nehemías y Esdras los invitan a la alegría: “No estéis tristes, porque el gozo del Señor es vuestra fortaleza.”
En este mes misionero, comprendemos que la misión nace de la escucha de la Palabra y se sostiene en la alegría que ella nos da.
Hoy la Palabra nos presenta a Nehemías, que ora antes de hablar y pide al rey permiso para reconstruir Jerusalén. La pasión por el Reino exige una entrega radical, sin excusas ni miradas atrás.
La misión nace de la oración y se concreta en la fidelidad: reconstruir lo que está en ruinas y anunciar el Reino con decisión.
Hoy la Palabra nos muestra un horizonte universal: pueblos y naciones de toda lengua acudirán a Jerusalén, atraídos por la presencia de Dios en medio de su pueblo.
La Palabra revela la justicia de Dios en favor de los pobres, y esa justicia se convierte en testimonio que atrae a los demás.
Hoy la Iglesia celebra con gozo a los santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael, servidores de Dios y protectores de su pueblo.
La visión de Daniel nos muestra al Hijo del Hombre recibiendo de Dios el poder y la gloria eterna, rodeado de millares de ángeles que lo sirven.
La Palabra revela la victoria de Dios y la misión de sus mensajeros: defender, anunciar y sanar.
Hoy culminamos una semana en la que la Palabra nos ha enseñado a administrar con fidelidad lo que Dios nos confía. Desde la denuncia de Amós hasta la esperanza de Ageo, hemos aprendido que la vida, el tiempo y los bienes son dones para el servicio del Reino.El profeta Zacarías nos anuncia: “Alégrate y goza, hija de Sión, que yo vengo a habitar dentro de ti”. La fidelidad se convierte en alegría porque Dios mismo es nuestra muralla de fuego y nuestra gloria
Hoy la Palabra nos invita a mirar más allá de la apariencia. El templo reconstruido parecía pobre comparado con el primero, pero el Señor promete: “La gloria de esta segunda Casa será mayor que la de la primera, y en este lugar daré la paz”.
La Palabra enseña a administrar con fidelidad, y eso significa confiar en la promesa de Dios más que en nuestras fuerzas.
Hoy la Palabra nos confronta con una denuncia directa: el pueblo ha reconstruido sus casas, pero ha descuidado la Casa del Señor.
El profeta Ageo llama a revisar el corazón, a mirar las consecuencias del olvido espiritual y a retomar la obra que da sentido a todo lo demás.
La Palabra enseña a administrar con fidelidad, y eso incluye poner a Dios en el centro de nuestras prioridades.