
En el capítulo de la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, (Juan 12) vemos que muchas personas estaban siguiendo a Jesús; unos desde Betania, otros salieron de Jerusalén, estos iban dando testimonio de las maravillas que él había hecho. Estos hechos y milagros maravillaban y entusiasmaban a la gente de Jerusalén, pero vimos que entre ellos había una fe superficial. Como sucedió con muchas otras multitudes que siguieron a Jesús, ésta multitud estaba compuesta principalmente por buscadores de emociones.
Muchas son las personas hoy que dicen creer en Jesús, pero cuando vienen las pruebas y adversidad su fe que es superficial se viene abajo. La verdadera fe en Jesús es como él mismo lo describe en el versículo 25 (cap.12) “El que ama su vida la pierde; en cambio, el que aborrece su vida en este mundo la conserva para la vida eterna. Quien quiera servirme debe seguirme; y donde yo esté, allí también estará mi siervo. A quien me sirva, mi Padre lo honrará”
Jesús con estas palabras ilustra la actitud del corazón requerida de quien recibe el regalo de la salvación: El que ama su vida en este mundo por preferir a Jesús sobre los intereses del reino de Dios, al final la perderá. Pero el que hace de Cristo— no de sí mismo—su primera prioridad, para vida eterna la guardará.