
El desánimo no solo duele… cansa y te apaga. Apaga sueños, silencia oraciones y te hace creer que ya no hay nada para ti. Pero el problema no es sentirlo, es cómo lo enfrentamos.
Pero David preguntó:
¿Queda alguien de la casa de Saúl? Y lo hallaron: Mefiboset, roto, escondido. Y le dijeron: “No tengas miedo.”
Así hace Dios contigo. Cuando tú te das por perdido, Él sale a buscarte. Cuando el desánimo diga “ya no queda nada”, Dios dirá:
Queda propósito. Quedas tú. Y Yo no he terminado contigo.