
Dios nos forma para cumplir Su propósito, y parte de esa formación es la prudencia. Ser prudente es actuar con sensatez, evitar riesgos innecesarios y saber cuándo hablar o callar.
La prudencia refleja sabiduría y madurez. Dejemos que Dios moldee nuestro carácter para hacer Su obra con sabiduría y amor.