
Cuando estás saliendo del desánimo y te encuentras cara a cara con Dios, no hay lugar para máscaras. Es un momento sagrado, íntimo. Él no te acusa, solo te pregunta con ternura:
"¿Me amas más que a esto?"
Y ahí, en la vulnerabilidad, en medio de tus fallas y dudas, te invita a mirar dentro de ti, a hacer un análisis honesto de tu corazón.
Tal vez te sientes indigno, pero Él te recuerda: "Eres real sacerdocio, pueblo adquirido por mí."
No por lo que haces, sino por quién eres en Él.
Y cuando logras decir:
"Sí, Señor... te amo, a pesar de todo lo que soy", es ahí donde su poder comienza a glorificarse en tu debilidad. Porque el amor que nace desde la herida sanada, es el que más refleja su gracia.