
Los procesos que más duelen son también los que más nos moldean. Son los que nos obligan a depender, no de nuestras fuerzas, sino de Dios.
En esos valles descubrimos algo: que la presencia de Dios es real. Que cuando oramos, cuando cantamos, cuando nos llenamos de Su Palabra, algo cambia en nosotros. Tal vez la situación externa no cambia de inmediato, pero dentro de nosotros aparece una paz que sobrepasa todo entendimiento.