
A los 18 años, Felipe partió a Nueva York con 50 dólares en el bolsillo y una visa de estudiante. Corría el año de 1968 y la ciudad era el epicentro de nuevos ritmos y luchas políticas. Entre tanto, Felipe lavaba platos y estudiaba fotografía. Hasta que un incendio y un decomiso en una aduana cambió el curso de su vida. Esta historia la cuenta su hija, Catalina.