
En este tercer día de ejercicios espirituales, entramos en lo más profundo del corazón del Padre: ese Dios que corre, suplica y llora, porque no soporta ver a sus hijos separados.
La parábola del hijo pródigo no es solo sobre el que se fue…
sino también sobre el que no quiere entrar.
Y en medio de ambos, el Padre, rompiéndose el alma por reconciliarlos.
Este episodio es un grito de amor:
“Vuelvan. Abrácense. Hagan fiesta.”
Porque Dios no quiere hijos correctos…
quiere hijos que se reconozcan hermanos otra vez.