Nuestro pasado puede convertirse en un peso grande en nuestros hombros, tanto si fue muy bueno, como si fue muy malo. Pero en Cristo tenemos una esperanza real para nuestro presente y para nuestro futuro. Así como el pueblo de Israel salió de Egipto y caminó hacia la tierra prometida, Dios no quería que vivieran anclados en el recuerdo de la esclavitud ni tampoco solo en las memorias de los milagros del ayer, sino que pusieran sus ojos en lo que Él tenía preparado delante de ellos.
De la misma manera, nosotros no estamos llamados a vivir atrapados en nuestro pasado, sino a confiar en que Dios tiene una tierra prometida para cada uno: un futuro lleno de propósito, libertad y victoria en Él.
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Nuestro pasado puede convertirse en un peso grande en nuestros hombros, tanto si fue muy bueno, como si fue muy malo. Pero en Cristo tenemos una esperanza real para nuestro presente y para nuestro futuro. Así como el pueblo de Israel salió de Egipto y caminó hacia la tierra prometida, Dios no quería que vivieran anclados en el recuerdo de la esclavitud ni tampoco solo en las memorias de los milagros del ayer, sino que pusieran sus ojos en lo que Él tenía preparado delante de ellos.
De la misma manera, nosotros no estamos llamados a vivir atrapados en nuestro pasado, sino a confiar en que Dios tiene una tierra prometida para cada uno: un futuro lleno de propósito, libertad y victoria en Él.
Nuestras batallas no son solo físicas, también son espirituales y muchas veces nos superan. Pero Jesús está presente y dispuesto a ayudarnos con compasión y poder. Él conoce nuestras luchas más íntimas y no se aleja, sino que se acerca con amor. Cuando clamamos, incluso con poca fe, Él responde con gracia. No está esperando perfección, sino un corazón sincero que confía en Él.
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Nuestro pasado puede convertirse en un peso grande en nuestros hombros, tanto si fue muy bueno, como si fue muy malo. Pero en Cristo tenemos una esperanza real para nuestro presente y para nuestro futuro. Así como el pueblo de Israel salió de Egipto y caminó hacia la tierra prometida, Dios no quería que vivieran anclados en el recuerdo de la esclavitud ni tampoco solo en las memorias de los milagros del ayer, sino que pusieran sus ojos en lo que Él tenía preparado delante de ellos.
De la misma manera, nosotros no estamos llamados a vivir atrapados en nuestro pasado, sino a confiar en que Dios tiene una tierra prometida para cada uno: un futuro lleno de propósito, libertad y victoria en Él.