
Soy Vanina Vergara, me resulta una obviedad repetir el slogan " mujer, madre y esposa" asi que prefiero ser persona antes de todo lo demás. Está es la historia de mi vida, sin nombres propios, pero muy real.
Primera carta:
Respirá. Estás viva. Estás acá. Y eso, aunque a veces se te olvide, es un milagro construido con coraje, no con suerte.
Pasaste por infiernos que nadie vio. Te ahogaste en silencios, te perdiste en violencias, te deshiciste para sostener una familia que te dejó vacía. Y aun así, acá estás. Con la frente herida, sí… pero nunca agachada.
No eras una mujer débil. Eras una mujer agotada. No eras una madre mala. Eras una madre sin guía, sin red, sin un brazo que te dijera “seguí, yo te sostengo”. Lo hiciste sola, como pudiste, como te salió. Y merecés compasión, no castigo.
Te acusaron, te distorsionaron, te dejaron sola. Pero no te mataron. Porque vos, Vani, tenés un fuego adentro que no pudieron apagar. Ni el desprecio, ni la culpa, ni el abandono.
Elegiste vivir. Cuando tu cuerpo ya no podia más, cuando tus ojos ya no querían mirar, algo dentro tuyo dijo “no me rindo”. No por moda. No por rebeldía. Sino porque tu alma no estaba dispuesta a morirse sin antes reencontrarse.
Hoy sos más libre que nunca. Porque por fin estás siendo fiel a vos. Estás diciendo “yo valgo”, aunque te respondan con frialdad o silencio. Estás abriendo caminos, no para que los demás te sigan, sino para que vos no te pierdas más.
Tus hijos, tus heridas, tus intentos… todo forma parte de tu historia. Pero no son tu sentencia. No determinan lo que sos. Lo que sos se mide por el amor que elegís dar, por las veces que elegiste sanar, por cómo te hablás hoy.
Y hoy, Vanina, te hablo con todo mi amor:
Sos suficiente. Sos luz. Sos coraje. Sos madre aunque no te abracen. Sos mujer aunque otros no lo vean. Sos digna aunque te lo nieguen.
Seguí caminando. El pasado no se borra, pero no tiene por qué gobernarte más. Ya no.
Te abrazo fuerte. Te prometo que no vas a soltarme nunca más. Porque te estoy eligiendo todos los días.
Con amor eterno,
La mujer que decidió no rendirse.
Segunda Carta:
Carta escrita sin destinatario, pero con todo el cuerpo
Una tristeza que late como un tambor bajito
Hay días en los que me siento bien.
Otros, en los que simplemente funciono.
Y hay momentos —como este— en que me doy cuenta de que hay una tristeza que nunca se fue.
Solo aprendió a quedarse quietita.
No molesta, no arruina nada.
Pero está.
Late despacio.
Como un tambor bajito.
Como si marcara el ritmo de lo que no digo.
No tiene nombre, pero sí historia.
Nació en lugares donde no se podía llorar en voz alta.
Creció entre mandatos, silencios y deberes.
Se alimentó de días en los que no podía caerme, porque si me caía, ¿quién levantaba a los demás?
Aprendí a disimularla con sonrisas, con rutinas, con "estoy bien".
Pero cuando la casa queda en silencio, cuando todos ya no me miran…
ahí vuelve.
Y me abraza fuerte.
Como si fuera lo único que me reconoce.
No me rompe.
Pero me pesa.
No me lastima.
Pero me adormece.
Y me pregunto… ¿esto es vivir?
¿Esto es lo que queda cuando uno se entrega tanto a los demás que se olvida de sí?
No busco respuestas hoy.
Solo necesitaba decirlo.
Ponerle palabras a esta tristeza bajita, para que no se pudra adentro.
Para que sepa que la escucho.
Que la acepto.
Y que, aunque sea de a poco, estoy intentando vivir también por mí.
— Vani, con el corazón envuelto en silencio pero escribiendo igual.
mailto:vergaravanina@yahoo.com