
La mujer que dijo basta
Crecí entre misas, rosarios y ese aire espeso de los mandatos no dichos pero pesados como una lápida:
Callate, obedecé, sacrificate.
Naciste para cuidar, para sostener, para servir.
Primero tu papá, después tu marido, después tus hijos. Y vos, al final —si queda algo—.
Fui la hija bastón, esa que carga con todo. Que aguanta a los padres que no se llevan, que pone el cuerpo donde hay caos, que calla aunque le griten adentro. Me tocó cuidar cuando era niña, proteger cuando era joven, y obedecer cuando ya ni me reconocía.
Fui la esposa sumisa. Dos veces.
La primera, con la ilusión romántica del “para siempre”.
La segunda, con el miedo disfrazado de amor, mientras aguantaba violencia de género y emocional, frente a hijos que miraban —y sufrían— en silencio. Aguanté hasta donde pude, hasta que el alma me dijo: ¿y vos? ¿cuándo vivís vos?
La ruptura fue brutal. No hay divorcio amable cuando lo que se rompe no es solo un papel, sino años de entrega sin retorno, de identidad anulada. Y ahí, como madre, vino otro golpe: ser juzgada. Por mis hijos, por mi familia, por la sociedad.
“Los hijos son lo primero”, dicen. Pero nadie te enseña cómo cuidarlos cuando estás desarmada.
Me arrancaron la tenencia. Me difamaron. Me aislaron. Y el dolor más profundo vino cuando ellos —mis hijos— también me cuestionaron, se alejaron, y hasta me borraron por momentos. Esa herida sigue abierta. Porque no se deja de amar a los hijos aunque te rechacen. Los hijos duelen toda la vida. Y los amás igual, aunque duela.
Pero también fui —y soy— la mujer que dijo basta.
La que se levantó.
La que dijo: no quiero seguir muerta en vida.
La que entendió que ser buena madre no es desaparecer por ellos, sino pelear por ser, para que ellos vean que también se puede elegir, vivir, reconstruirse.
Hoy miro hacia atrás y veo los mandatos hechos pedazos en el suelo. Ya no sirvo la mesa en silencio. Ya no sonrío cuando me anulan. Ya no bajo la cabeza ante lo injusto.
Soy hija, madre, esposa, profesional, ciudadana, y sobre todo: soy mujer. Con voz, con historia, con heridas... y con alas.
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