
Hola a todos. Si me han seguido en episodios anteriores, ya conocen una buena parte de mi historia. Saben que he caminado por terrenos complicados, que he enfrentado mis propios demonios, y que he hablado de cómo ese camino me ha marcado. Pero hoy, quiero dar un paso al costado para ver el cuadro completo, y para hablar de algo que me golpeó fuerte después de un bajón emocional que tuve ayer. Me di cuenta de que, en nuestro propio dolor, a veces, sin querer, hacemos daño a los que están más cerca.
Y por eso, quiero hablar de la otra cara de la moneda.
La crisis y la epifanía
Ayer fue uno de esos días. Una mezcla explosiva de tristeza, frustración y ansiedad. Mi terapeuta diría que fue una crisis, y sí, lo fue. Porque por mucho que avance, no he sanado del todo, y no sé si algún día lo haré por completo. Lo que sí sé es que lo estoy intentando, con más días buenos que malos.
Después de ese bajón, entendí algo crucial. La historia que les he contado, la mía, la de la niña, la adolescente, la mamá joven, la hija, la esposa... es mi verdad, y no la subestimo. Jamás. Porque ese dolor que sentí en cada etapa de mi vida, ese no saber cómo pedir ayuda o no tenerla por ignorancia o falta de empatía de mi entorno, es real y es mío.
Pero también existe el otro lado.
La mochila que no ven
Yo me postergué casi 20 años. Hicieron que subestimara la terapia, creyendo que ir al psicólogo era cosa de "locos", un tabú en la sociedad paraguaya , en mi círculo. En mi época, hablar de salud mental era un chiste, una vergüenza. Me dejé llevar por el "esto se pasa solo" o "estos temas no se hablan". Y eso me llevó a un diagnóstico real ya en mis 40, a darme cuenta de que tengo una condición, y no algo pasajero. Y eso, aunque parezca solo mi problema, afectó a todos a mi alrededor.
Hoy, hablo de esto con total honestidad. Lo hago porque extraño a mi mamá, que se fue hace diez meses. Y veo a mi papá, con su duelo y una depresión que lo atrapa, pero que aún le cuesta cuidarse. Y los entiendo, de verdad que los entiendo.
Por eso, hoy, quiero disculparme. Pero no es una disculpa que viene de la culpa. Es una disculpa que viene del amor. Lo siento si mi dolor, si mi proceso, si mis decisiones, a veces buenas y otras no tanto, los hirieron. Lo siento si no me entendieron. Porque cuando estás rota y no sabes por qué, tomas decisiones que, sin querer, hacen daño. Es una cadena pesada que se transmite de generación en generación si no la cortamos.
Hablemos de prevención y empatía
Por eso es tan importante hablar, pedir ayuda, acudir a un profesional. Y no postergarlo. Porque la salud mental ya no es un tema individual, es un problema de salud pública en Paraguay y en el mundo. Hay más información que nunca. El Ministerio de la Soledad en Inglaterra, las redes sociales que facilitan muchismo la Informacion actual, que lo hacen ver que una cita con un terapeuta es tan fácilmente como pedir una cita con el odontólogo. No hay por qué tener vergüenza.
Quiero invitarlos a hablar más de prevención. En las mesas familiares, en los colegios, en todos lados. Tengamos más empatía. No sabemos qué mochila lleva la persona que tenemos al lado. No quiero justificar ningún tipo de maltrato, pero sí quiero que entendamos que detrás de muchas actitudes, hay una persona que no sabe qué hacer con su propio peso.
Que hay bajones, sí, pero se puede salir. Hay algo que me ha mantenido de pie hasta hoy. Ojalá nadie tenga que llegar a situaciones extremas por no haber tenido a alguien, una frase, un "sí se puede", un "te ayudo"
Por Vanina Vergara