
Antes de que las tortugas marinas fueran declaradas especies protegidas, existía una alta demanda de su carne y caparazón en Europa, Norteamérica y Asia oriental. Un negocio lucrativo que llevó a la creación de granjas de tortugas, verdaderos centros de cultivo en los que se mantenían miles de tortugas en pequeñas piscinas para su posterior consumo. En este capítulo conversamos sobre la última granja de tortugas marinas, en las Islas Caimán, un (pésimo) negocio lleno de obstáculos económicos, ecológicos y éticos que se niega a morir.