Cuidar el planeta, los bosques, los animales y los recursos naturales es una tarea que todos compartimos. Sin embargo, muchos movimientos ecologistas se han asociado con corrientes que promueven políticas contrarias a la vida y la familia, como el aborto, la esterilización y el control poblacional, justificándolas bajo el pretexto de “salvar la naturaleza” o combatir el cambio climático.
La Iglesia Católica apoya la recta ecológica, que respeta la integridad de la creación y coloca al ser humano como administrador responsable, no como dueño absoluto. El Catecismo enseña que el dominio sobre la naturaleza está limitado por el cuidado de la vida humana y de las generaciones futuras (n. 2415). Desde el Génesis, Dios nos confía la creación para cultivarla y custodiarla, pero siempre con límites morales.
El Papa San Juan Pablo II denunció que la mayor amenaza no es solo la destrucción del ambiente natural, sino del ambiente humano, y condenó las políticas que atentan contra la vida bajo argumentos ecológicos. El verdadero compromiso con la naturaleza no puede pasar por eliminar a los más indefensos: los niños por nacer y los embriones humanos.
Los católicos defendemos una ecología integral: proteger la creación y combatir la contaminación, sin sacrificar vidas humanas en el camino.