
Salir de nuestra realidad inventada supone un salto cualitativo en la consciencia. Cuando la casa tomada empieza a reflejar lo que hay del otro lado, Irene suelta el tejido. Una cosa es verlo y contarlo. Otra cosa muy diferente es vivirlo. ¿Qué pasa cuando un abogado, acostumbrado a ir al banco, a tomar café con sus clientes y a la tranquila vida burguesa de una ciudad de Europa aparece en una aldea con 20 cabañas, con una economía de intercambio, en medio del polvo gris que desdibuja las sonrisas felices de los niños y los adultos en un mundo simple y natural? Cambia la percepción, la suya, la de los que comparten la experiencia con el único hombre blanco que verán en su vida y la nuestra, la de los que no viajamos más allá de los confines trazados con esmero por nuestras propias barreras sociales.