
La paz que Dios da no es simplemente ausencia de problemas, sino una seguridad interior que nace de estar reconciliados con Él por medio de Cristo. Es una calma que permanece en medio de la tormenta y que guarda nuestro corazón cuando confiamos en el Señor. También es una paz que nos capacita para vivir en armonía con los demás, siendo pacificadores en un mundo lleno de conflictos. Descubrimos que esta paz no se fabrica con esfuerzo humano, sino que es producida en nosotros por la obra del Espíritu Santo.