
La mansedumbre no es debilidad ni pasividad, sino fuerza bajo control, un espíritu humilde que confía en Dios y responde con gracia en lugar de violencia. Jesús mismo se describió como “manso y humilde de corazón”, y en Él vemos el modelo perfecto de esta virtud. Reflexionamos en cómo el Espíritu Santo nos capacita para vivir con mansedumbre en nuestras relaciones, respondiendo con humildad aun en medio de la ofensa, y mostrando el poder transformador del evangelio en nuestra manera de tratar a los demás.