
A diferencia de la alegría pasajera que depende de las circunstancias, el gozo del Espíritu es profundo, estable y se fundamenta en nuestra relación con Cristo. Reflexionamos en cómo este gozo permanece aún en medio de pruebas, porque nace de la seguridad de nuestra salvación y de la esperanza en las promesas de Dios. Es un gozo que fortalece, consuela y nos invita a vivir agradecidos, mostrando al mundo que en Cristo hay plenitud de vida.