
Pablo menciona la templanza o dominio propio como parte del fruto del Espíritu. Sin la guía del Espíritu, el creyente corre el riesgo de vivir dominado por impulsos, deseos y pasiones que lo alejan de Dios. Reflexionamos en cómo la falta de autocontrol debilita el testimonio cristiano, afecta nuestras relaciones y nos deja vulnerables ante el pecado. Pero también descubrimos que el Espíritu Santo nos da poder para gobernar nuestros pensamientos, palabras y acciones, de modo que podamos vivir en verdadera libertad y obediencia a Cristo.