
A veces nos ponemos máscaras para protegernos: la del que todo lo puede, la de las apariencias, la del fuerte que nunca llora. Pero esas máscaras, que creemos nos salvan, también nos alejan de los demás… y de nosotros mismos. Nos impiden ser auténticos, pedir ayuda, crecer, o simplemente ser felices. Solo cuando nos atrevemos a quitarlas, con valentía y honestidad, empieza el verdadero cambio: dejamos de actuar para encajar y empezamos a vivir con propósito.