
Tras dejar Filipos, Pablo y Silas se dirigieron a Tesalónica. Allí tuvieron el privilegio de dirigirse a una gran multitud de personas en la sinagoga, con buenos resultados. Su presencia evidenciaba el vergonzoso trato que habían recibido recientemente y requería una explicación de lo que habían sufrido. Lo hicieron sin exaltarse a sí mismos, sino magnificando la gracia de Dios, que había obrado su liberación. Los apóstoles, sin embargo, sentían que no tenían tiempo para hablar de sus propias aflicciones. Estaban cargados con el mensaje de Cristo, y profundamente comprometidos con su obra. {LP 81.3}