
Un día, un niñito curioso, y también un poco goloso, se preguntó a que sabían los colores,
El pequeño gourmand se dirigió a la cocina y se puso a abrir la alacena y el refrigerador, en búsqueda del primer color que iba a degustar.
Empezó entonces con el rojo. “¡es fácil! Dijo el niño. Para empezar voy a comer una deliciosa fresa y un jitomate rojo y jugoso.”
Después, el niño decidió probar los sabores del color naranja. Naranja, como la papaya y la calabaza. En jugo o en sopa, concluyó que los dos eran muy buenos.
Llegó el turno del amarillo. El pequeño comilón hizo una mueca cuando bebió el jugo de limón. “¡es muy ácido! ¡Prefiero el plátano, es mucho más dulce! exclamó el niño.
Cuando tocó el turno del color verde, el niño se quedó dudando. Había muchas opciones entre todas las verduras ¿pepino, espinaca, calabaza o brócoli? Un bocado de cada uno fue suficiente.
Para el color azul, las cosas se complicaron. El comilón de colores se rascó la cabeza preguntándose que podría comer que fuera de su color favorito. No vio otra opción que pedir ayuda. Y cuál fue su sorpresa cuando descubrió que su mamá había preparado una deliciosa tarta de arándanos.
Para terminar, el comilón degustó el color morado. Mordió algunas uvas para un toque dulce. Y para el toque salado, encontró una berenjena que esperaba ser devorada.
Todos los colores eran deliciosos pero el niño había comido demasiado. Su estómago le dolía. Se fue corriendo al baño y con los primeros vientos, apareció un arcoíris de todos los colores