
El cerebro no está diseñado para hacernos sentir bien todo el tiempo, sino para sobrevivir. Por eso la autocrítica aparece casi en automático, mientras que la autocompasión requiere práctica consciente. La neurociencia muestra que con pequeñas repeticiones podemos moldear nuevas rutas en el cerebro, debilitar viejos hábitos y entrenar la mirada hacia la evidencia que juega a nuestro favor. No se trata de frases motivacionales vacías, sino de micro-prácticas que realmente bajan el volumen del crítico interno y fortalecen la confianza cotidiana.