
Pasó poco más de un año desde que las Cortes de México entregaron al corregidor el laudo contra el gobernador de Nueva Galicia. El estruendoso repicar de las campanas de todas las iglesias de la ciudad y sus alrededores, llegaba estrepitoso a los oídos de todo el pueblo. Alonso se estremecía al escucharlas. El virrey había decidido requisar si no todo, por lo menos parte de la Nueva Galicia, y la Plaza Mayor comenzaba a llenarse de gente común, nobles y soldados. Alonso, de guardia en la sede de la cofradía, sobrecogido observaba los raudales de gente que llegaban a la Colegiata y se desperdigaban por el Santuario de Guadalupe. Las puertas de todas las iglesias estaban abiertas para que el pueblo acudiera a pedir al Santo de su elección por el triunfo de México y a depositar en las alcancías su apoyo para el ejército.
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