
Alonso Bernal permanecía a la espera de órdenes. Recién cumplió los veintitrés años y nunca imaginó lo que experimentaría en las últimas semanas de su vida. El ejército de dragones, las tropas regulares y la mesnada de México, acampaban en alguna parte alta de la Sierra Madre del Sur, donde disfrutaban de un merecido descanso después de arrasar literalmente con las primeras líneas de defensa de la Nueva Galicia, sin embargo el exceso de tranquilidad tras una dura batalla llena de violencia, miedo y estrepitosos gritos de guerra y correrías incesantes; mantenía excitados a los más de mil hombres deseosos de terminar la empresa y hacerse con un buen botín cuando el blasón del Reino de México pendiera orgulloso en la portada del palacio de Autlán...
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