
México estaba de nuevo imbuido en el comercio. El vestíbulo donde Alonso esperaba al dueño de la casa para que le pagara el cántaro de agua, era algo más que humilde, Valeriano, el preboste de la cofradía le había encargado que él y nadie más llevara un viaje de agua fresca a las once en punto. Estaba a un costado de la garita de Santiago, en la esquina de una ancha calle que venía desde la calzada de Vallejo, atravesaba la garita de Peralvillo y terminaba hasta el antiguo barrio de Santa Maria Azahuastla. La parte alta donde estaban las habitaciones era de adobe crudo con el techo de madera. La parte baja en su totalidad era de piedra rojiza.
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