
El trabajo estaba en su época más dura. Comenzaba la canícula de verano, periodo de más fuerte calor, y los Tamemes tenían que andar hasta veinte millas diarias con pesadas cargas a cuestas y el sol quemando sus cabezas, llevando y trayendo todo tipo de mercancías, los más fuertes repartiendo agua en los comercios y palacios o reabasteciendo la vieja alhóndiga de Jesús María, con vituallas del mercado de la Merced, como siempre obligados por el cliente a cargar más para evitar pagar dos viajes.
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