
Ya había pasado casi un año desde que acompañaron a la mesnada de México al camino de la estrella, pese a sus obligaciones, la rutina de Alonso seguía siendo relativamente monótona. Casi cumplía los doce años y estaba a la espera de que Álvaro le diera la orden de que se presentara en el taller para asignarlo como aprendiz de algún oficial, diario salía temprano, a menos que Isabel lo ocupara en algo, vagaba por toda la ciudad al lado de Miguel ofreciéndoles agua fresca a los Tamemes, por las tardes, sin falta, iban a ver a la Virgen para rezarle y hablar con ella, también disfrutaban la visión de la nueva iglesia creciendo con esplendor, pero lo que más disfrutaba Alonso era esa sonrisa que creía ver en la dulce imagen sobre el ayate.
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