Todo el grupo tenía la vista puesta en Leticia, algo dentro de su ser le indicaba que diera media vuelta y olvidara todo eso de ir tras Alonso, pero su cuerpo le reclamaba que tomara esa escudilla con comida, lo hizo, se tumbó en el piso y la empinó atragantándose de frijoles con carne que deglutía sin masticar, mientras el caldo se desparramaba por las comisuras de sus labios, terminó en segundos aceptando otro al momento. Un joven que la observaba tan hambrienta, tan desvalida, tan bella…, se acercó despojándose de una manta con la que envolvía sus piernas, con delicadeza tapó los hombros desnudos de la chica, quien lo miró con recelo: ¿Cómo no sobrecogerse después de lo vivido? Quiso decirle. La muchacha entregó la escudilla vacía y asintió con la cabeza a modo de tímido agradecimiento…Fin de la primera parte.
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Alonso Bernal permanecía a la espera de órdenes. Recién cumplió los veintitrés años y nunca imaginó lo que experimentaría en las últimas semanas de su vida. El ejército de dragones, las tropas regulares y la mesnada de México, acampaban en alguna parte alta de la Sierra Madre del Sur, donde disfrutaban de un merecido descanso después de arrasar literalmente con las primeras líneas de defensa de la Nueva Galicia, sin embargo el exceso de tranquilidad tras una dura batalla llena de violencia, miedo y estrepitosos gritos de guerra y correrías incesantes; mantenía excitados a los más de mil hombres deseosos de terminar la empresa y hacerse con un buen botín cuando el blasón del Reino de México pendiera orgulloso en la portada del palacio de Autlán...
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¿Eran gayas? Lo eran, sus ropajes coloridos y entallados no podían ser de otra cosa más que de pirujas o hetairas, pero no sólo había prostitutas, también ladrones, estafadores y ²proxenetas. Leticia se los quedó mirando con desconfianza, pero al parecer sólo con ellos estaría a salvo. Estaba asustada y la profundidad oscura de sus orbitas denotaba que estaba hambrienta. El grupo, en su mayor parte conformado por gente joven como ella, se disponía a dar cuenta de una olla de frijoles con carne de puerco. Una chica entre los demás percibió las intenciones de Leticia y le extendió la mano invitándola a aproximarse, en otras circunstancias habría sido grandioso aceptar la cortesía, pero ahora, no sabía qué hacer. ¡Era una prostituta! Volvió la cabeza para mirar atrás, estaba muy lejos de casa como para volver sola, además ¿Cómo se justificaría ante el celoso chinelero? La repudiaría y si bien le iba acabaría en la calle, no había marcha atrás.
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Pasó poco más de un año desde que las Cortes de México entregaron al corregidor el laudo contra el gobernador de Nueva Galicia. El estruendoso repicar de las campanas de todas las iglesias de la ciudad y sus alrededores, llegaba estrepitoso a los oídos de todo el pueblo. Alonso se estremecía al escucharlas. El virrey había decidido requisar si no todo, por lo menos parte de la Nueva Galicia, y la Plaza Mayor comenzaba a llenarse de gente común, nobles y soldados. Alonso, de guardia en la sede de la cofradía, sobrecogido observaba los raudales de gente que llegaban a la Colegiata y se desperdigaban por el Santuario de Guadalupe. Las puertas de todas las iglesias estaban abiertas para que el pueblo acudiera a pedir al Santo de su elección por el triunfo de México y a depositar en las alcancías su apoyo para el ejército.
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Desde el Real Palacio, Francisco V Fernández de la Cueva y de la Cueva, décimo duque de Alburquerque, octavo marqués de Cuellar, cuarto marqués de Cadreita, décimo conde de Ledesma y Huelma, sexto conde de la Torre, caballero de la Insigne Orden de Toison de Oro, grande de España y 34° virrey de la nueva España desde el 27 de noviembre de 1702, hizo venir a él a los presidentes de la Real Audiencia, del cabildo y del consulado de México, así como a los nobles de más alta estirpe radicados en la Nueva España, Francisco V los instó a guardar silencio y que lo siguieran a la sala de recepciones…
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Habían pasado casi seis meses de que Alonso y Lupita fueron unidos en santo matrimonio por el Padre Toño en la Vieja Parroquia de Indios, a la celebración asistieron Toribio y Regina para apadrinar al novio; Miguel con la coronilla recién afeitada y la vestimenta de los dominicos como testigo; Rogelio y su madre para entregar a la novia y como invitados toda la cofradía y algunos amigos allegados tanto por parte de Rogelio como del novio. Como el Padre le había prometido, desde el primer día de casado sus ingresos aumentaron considerablemente, lo que les permitió adquirir uno a uno el humilde mobiliario, también la familia de Lupita y muchas otras cooperaron ya fuera con algún mueble o con dinero para adquirirlos.
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México estaba de nuevo imbuido en el comercio. El vestíbulo donde Alonso esperaba al dueño de la casa para que le pagara el cántaro de agua, era algo más que humilde, Valeriano, el preboste de la cofradía le había encargado que él y nadie más llevara un viaje de agua fresca a las once en punto. Estaba a un costado de la garita de Santiago, en la esquina de una ancha calle que venía desde la calzada de Vallejo, atravesaba la garita de Peralvillo y terminaba hasta el antiguo barrio de Santa Maria Azahuastla. La parte alta donde estaban las habitaciones era de adobe crudo con el techo de madera. La parte baja en su totalidad era de piedra rojiza.
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Una vez terminados los compromisos públicos, el virrey invitó a su comitiva y a otras personas importantes, a una *francachela en el salón principal del real palacio. En la mesa de honor se acomodó Juan de Ortega, el arzobispo, cinco invitados de la saliente casa de Asturias, diez de la de Borbón y tres altos funcionarios del gobierno de la ciudad, hasta completar veinte comensales; en las mesas aledañas se acomodaron a los nobles de más alta estirpe, luego a los de cierta importancia, y al último a las grandezas de México no tituladas. Sin embargo no sólo en el salón principal del Real Palacio se disfrutó de un exquisito banquete, toda la Plaza Mayor se convirtió en una fiesta masiva de tres días continuos.
El tiempo se había ido volando, hacía tres años que Valente Pérez se opuso a que su hija tuviera algo que ver con un simple Tameme << un mugroso cargadorcillo >> había dicho, pero menos de un año de que la obligara a contraer matrimonio con un viejo decrepito dedicado a la fabricación de chanclos, chapines y chinelas, del que Leticia sería la tercera esposa, el sólo ver a la muchacha despertó en el viudo la lascivia ya casi extinta desde varios años atrás, ese escultural cuerpo era la mejor dote que el techador pudo ofrecerle. Leticia fue forzada a permanecer enclaustrada en su habitación hasta que se consumara la boda, así el rico chinelero no tendría nada que objetar sobre la castidad de su prometida...
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Pasaron tres días sin que ninguno supiera nada del otro, a la hora que Alonso salía a trabajar, ella todavía estaba dormida y cuando volvía, su padre ya la había enviado a descansar, pero a la cuarta noche, el Tameme cubrió turno en la sede y apuró sus obligaciones, al abrir la puerta encontró a la familia Pérez, todos atentos a las palabras de su hermano, como siempre, el techador giró sobre sí mismo y clavó los ojos en Alonso, de igual manera que lo hizo Leticia, lo recorrió de arriba abajo esbozando una pícara sonrisa con sus carnosos labios…
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El trabajo estaba en su época más dura. Comenzaba la canícula de verano, periodo de más fuerte calor, y los Tamemes tenían que andar hasta veinte millas diarias con pesadas cargas a cuestas y el sol quemando sus cabezas, llevando y trayendo todo tipo de mercancías, los más fuertes repartiendo agua en los comercios y palacios o reabasteciendo la vieja alhóndiga de Jesús María, con vituallas del mercado de la Merced, como siempre obligados por el cliente a cargar más para evitar pagar dos viajes.
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Alonso notó un movimiento fuera de lo normal en la sede de la cofradía, el preboste discutía con el Padre Toño y otras personas, sobre algo que no alcanzaba a entender, afuera Rogelio y varios de sus compañeros retiraban las piedras, bloques y cualquier otra cosa que obstaculizara el camino desde la vieja parroquia hasta las puertas de la Colegiata, preguntó qué hacían, pero uno de sus compañeros le respondió ordenándole que ayudara en el retiro de escombros, obedeció sin saber por qué, todos excepto Rogelio estaban en su misma situación, sin embargo no le aclaraba nada a nadie, en pocos minutos el paso estuvo libre y los Tamemes desocupados, las puertas de la parroquia estaba cerradas y el único que sabía lo que pasaba, los mantenía a raya con un ademán de mano indicándoles que esperaran…
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- ¿Por qué se lo llevó? ¡Te estoy hablando, muchacho…!
Aun se distinguían las siluetas de su hermano y los soldados corriendo entre los escombros del Parian, y el disparo del arcabuz que soltó el centinela que cayó junto a él, todavía retumbaba en sus oídos, pero lo que más lo perturbaba era el nauseabundo efluvio aromático que aquel que fuera su padre había desprendido cuando Alonso lo arrancó de la pica...
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Se tropezó con la sillería cuando quiso escapar después de robar los dineros para cubrir los salarios de canteros y albañiles… – aseveró uno de los soldados que habían acudido al llamado de alarma que hizo el padre Toño cuando escuchó los ruidos de la pelea, Alonso estaba sentado en el piso con una ceja partida y varios moretones en mejillas y brazos, por los golpes recibidos. El padre Toño estaba a su lado con el semblante atribulado. ¿Cómo después de lo de su padre Alonso haría algo así? ¡El dinero para pagarles su salario a los trabajadores, frente a su madre a la que tanto respetaba! El par de soldados no le permitían ni levantar la cabeza.
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Alonso corrió por la calle de la Profesa para buscar a su hermano, sin embargo el prior había ordenado el cierre del templo y dejado salir temprano a los alumnos; desesperado corrió hasta Santa Isabel Tola, cruzó la garita de Peralvillo y siguió por Calzada de los Misterios hasta el Tepeyac, entró a la vieja Parroquia y luego a la Colegiata buscando al padre Toño, al paso se encontró a Rogelio, que ajeno a la situación saludo gustoso, él ni siquiera lo miró, volvió a correr hacia la casa de Toribio para decirle a Miguel que lo ayudara a buscar a su padre. Jamás se había puesto así, le dijo a su hermano cuando le relató la transformación de su sereno padre, en una bestia incontrolable capaz de mover a las masas con sus furiosos gritos y el fuego de sus ojos.
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Ciudad de México 1699
Francisco recibió una mísera paga por toda la semana de arduo trabajo en las caballerizas de Álvaro, como siempre sin chistar la guardó sin contarla. ¿Para qué? De todos modos no alcanzaba para nada. ¡Malditos españoles! ¿Cuánto más duraría la disputa que estaba acabando con la economía de México? El pueblo estaba furioso.
1.- Clamor de las campanas por los difuntos.
2.- Responsorio u oración que se reza por los difuntos.
Sin decir nada dio media vuelta y salió de la propiedad para ir directo a casa, hacía mucho que no buscaba trabajo al terminar su jornada. Lo recibió Alonso, casi famélico, sus ojos se hundían en unas oscuras pozas demacradas. Francisco lo estrechó con aflicción. Difícil año (…)
Te invitamos a seguir escuchando esta triste historia en la que se vio envuelto Francisco y su hijo Alonso, y entérate den que paso esa tarde en la que la escases y la desesperación apodero de sus instintos.
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Sin falta, todas las tardes, Miguel apuraba sus obligaciones para acabar temprano e ir corriendo a la Basílica, desde que la Virgen aceptó ser su madre no podía dejar de pensar en ella. Una extraña sensación recorría todo su ser cuando se ponía de rodillas frente a ella y le hablaba entre el perfume de las muchas flores que siempre tenía y el aroma a cera quemada que se fijó en su memoria desde aquel día en que acompañó a Alonso a buscar a su madre. ¿Quién iba a imaginar que él también sería su hijo?, alzaba la mirada y sin preocuparse por el clima, el hambre o el horario, se ensimismaba observando la imagen del ayate con el ángel a sus pies y el firmamento como manto.
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Son familiares de mi madre informó Marina a la baronesa Victoria Azorín de Sevilla al notar la visible molestia cuando los vio, dos indios más contratados por su marido para cuidar de sus tres Akhal-Teke, que ya estaban al cuidado de dos hombres traídos por ella.
Álvaro estaba harto de animales, sin importar que fueran unos magníficos ejemplares traídos de ultramar, la yeguada había llegado un día antes abarrotando las soberbias cuadras de la planta baja. Sólo firmó de recibido sin voltear a ver a los caballos.
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Ya había pasado casi un año desde que acompañaron a la mesnada de México al camino de la estrella, pese a sus obligaciones, la rutina de Alonso seguía siendo relativamente monótona. Casi cumplía los doce años y estaba a la espera de que Álvaro le diera la orden de que se presentara en el taller para asignarlo como aprendiz de algún oficial, diario salía temprano, a menos que Isabel lo ocupara en algo, vagaba por toda la ciudad al lado de Miguel ofreciéndoles agua fresca a los Tamemes, por las tardes, sin falta, iban a ver a la Virgen para rezarle y hablar con ella, también disfrutaban la visión de la nueva iglesia creciendo con esplendor, pero lo que más disfrutaba Alonso era esa sonrisa que creía ver en la dulce imagen sobre el ayate.
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Desde que Alonso comenzó a salir a las calles para ayudar a los Tatemes, su vida cambió radicalmente, esto no quería decir que ahora sus obligaciones radicaban en asistir diariamente a la Basílica y auxiliar a la cofradía dándoles de beber a sus integrantes, además de eso, que realmente no era su obligación, sino una forma de pasar el tiempo ideada por su padre y de mayor provecho que no hacer nada, se le habían impuesto varios quehaceres dentro de la propiedad de Sevilla, que implicaba cargar los voluminosos fardos y costales con vituallas que la cocinera adquiría para alimentar a la familia patronal y a los trabajadores y esclavos durante toda la semana.
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